Ayer comentaba con un par de amigos sobre la celebración del Día del Trabajo. Para nosotros los periodistas, ese día se pasa trabajando sin chistar, mientras que para una gran mayoría el reposo y el viaje de placer son sinónimos de un merecido descanso. Sin embargo, hay quienes aún no consiguen un puesto laboral en esta jungla de competitividad, pero en su lucha por entrar a ese campo se esmeran y vale la pena resaltar.

El derecho al trabajo está en nuestra Carta Maga, es tan constitucional como el derecho a nacer, vivir, ser libre o estudiar, aunque el orden sea distinto. Pero, a diferencia de los otros derechos, es difícil diferenciar quién o quiénes te arrebatan este bien natural. Es más, en la división de nuestro país -y de otros también-, nos enfrascamos en luchas ideológicas por reconocer al culpable: ¿El Estado o el empresario?

Por un lado, en el sistema económico que vivimos, la generación del empleo de parte del Estado se perfila instalando un marco jurídico que promueva la inversión, o sea, la llegada de empresas que inyecten dinero a nuestro país y abran más puestos de trabajo para los peruanos. Por otro lado, se exige al empresariado un trabajo digno con estabilidad y menos subempleos.

Fuera de esta disputa están las personas que aún no han podido engancharse a una empresa, sea pública o privada -o generar una-, quienes siguen remando solos, quienes quieren comenzar a producir, quienes sienten rubor al escuchar la pregunta “¿dónde trabajas?”, quienes siguen viviendo en la casa de sus padres mirando el título colgado en la sala.

Para estos últimos, los desempleados, tan peruanos como nosotros, quisiera decirles que ese momento llegará tarde o temprano. Eso sí, el poseer un trabajo, un cargo de alta o baja jerarquía, no les convierte es un ser más digno que quienes aún están en la orilla contraria lanzándose una y otra vez para cruzar ese río de oportunidades que los separa.

Por eso, un feliz día para los trabajadores y para quienes trabajan buscando un empleo.

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