Palabras bonitas serán hoy la regla en el Día Internacional de la Mujer. Eso está muy bien pero no creo que sea suficiente para relievar contarlas en modo trascendente en el mundo en que ellas viven que sigue siendo históricamente patriarcal. En efecto, la sociedad internacional así ha sido determinada en su decurso de los últimos 5 mil años. Lo voy a explicar. El matriarcado con que se dio inicio a la vida humana, luego del proceso de hominización, donde la mujer era el centro de la vida social, tuvo que ceder al imponerse la sociedad de la fuerza con la que el hombre logró dominio e imperio. Con matices y maquillajes, desde entonces el mundo en el fondo no ha cambiado, volviéndose dramáticamente machista. La bestialidad de los hombres las creyó a su servicio y se produjo el abuso sobre la mujer comparándola como la res romana, es decir, la cosa, una categoría que en el mundo antiguo, legitimado por Grecia y Roma, tenían los esclavos. Al año 2020, las mujeres en Afganistán son vejadas y totalmente marginales de la vida nacional y las de los países africanos calificados de Estados fallidos como Somalia o el Congo, son tratadas con salvajismo. En los países más fundamentalistas del continente asiático como Pakistán o India, la mujer prácticamente no existe en la vida doméstica y mucho menos en la política. Las mujeres europeas han tenido mejor suerte pero aún persisten pétreas cosmovisiones de sumisión -los países balcánicos- donde están muy mal consideradas. En América Latina no son la excepción. Es verdad que han ganado espacios pero sigue siendo la violencia contra la mujer -ej. Los feminicidios-, una de las manifestaciones más cruentas del referido brutal machismo, constituido en uno de los mayores óbices en las relaciones de pareja para lograr que las mujeres sean estimadas y valoradas en igualdad de condiciones por los varones. Hay esfuerzos loables como el de REMA Internacional, con sede en Perú -liderado por el P. Richard Vélez Campos-, Argentina, EE.UU, etc., que desde hace 25 años viene realizando profundos trabajos espirituales buscando componer las relaciones matrimoniales fracturadas, en muchos casos debido a la violencia conyugal, pues no todo se resuelve con políticas coactivas o punitivas.

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