Pegar a una mujer desnuda la mayor bajeza del varón, volviéndolo en el acto un ser cobarde. Quien lo hace tira al tacho el estado de naturaleza que nos hizo cualitativamente distintos a las mujeres pero profundamente complementarios, cada cual con atributos y caracteres intrínsecos. Darnos cuenta que somos distintos a las mujeres es racional y no debería demandar mayor esfuerzo.
La violencia física contra la mujer, entonces, consuma el dominio por la frustración frente a ella, valiéndose de su fuerza para lesionarla y hasta matarla.
Si la mujer tuviera la misma virilidad del hombre, pero que no tiene, otro sería el decurso de la historia, quizás esencialmente dialéctico. Luego está la violencia sexual que es vil porque atropella la libertad de la mujer para decidir si quiere o no tener relaciones sexuales con un varón.
Quien lo consigue contra la voluntad de la mujer revela la mayor monstruosidad del varón pertrechado en la ventaja de su miserable fortaleza para reducirla, denigrando su lábil estructura volitiva; en tercer lugar, existe la violencia psicológica por la cual la mujer queda disminuida debido a la amenaza del varón que no esconde su imperdonable conducta abusiva, quebrando la natural docilidad de su feminidad; y, finalmente, la violencia económica.
El varón, que sigue controlando los medios de producción en un mundo milenariamente patriarcal, excitado por el prejuicio y su propia inseguridad, neutraliza la libertad de acción de la mujer que, sin recursos, se ve disminuida y condicionada en ese dramático estado de total dependencia.
La violencia contra la mujer ha aumentado pero también las denuncias por dicha violencia, revelando que el miedo se está perdiendo. Hoy es el Día Internacional de la No Violencia hacia la Mujer y nuestra tarea debe ser cumplir los Objetivos del Milenio hacia el 2030, donde el quinto será alcanzar la igualdad de género y la autonomía de las mujeres. P
ara lograrlo prioricemos la educación que, además, aliviará de los complejos a muchos hombres que en pleno siglo XXI siguen recalcitrantes para aceptar tener jefas. Mucha ignorancia masculina que se vuelve violencia. ¡Cambiémoslo!.