Hoy celebramos el “Día Internacional del Docente”. La efeméride fue instituida en 1994, a 28 años de la suscripción de la “Recomendación de la OIT y la UNESCO sobre la Situación del Personal Docente” (1966).

Desde entonces, todos los años se rinde tributo a quienes ejercen la docencia en el nivel de la educación superior, esto es, en universidades, institutos, escuelas de posgrado, centro de estudios superiores, etc.

La educación superior es tan relevante como la educación en los niveles inicial, primaria y secundaria. La secuencia de mantener una línea de formación con presupuestos transversales en los referidos niveles que comprende la educación en un Estado, es un signo visible de la armonía de las políticas públicas educativas.

Aunque teniéndolas, nuestro problema es que jamás la hemos contado en el tamaño de política de Estado, que es distinto. Por ejemplo, el Perú no es un país nacionalista y que no lo sea, se debe a la falta de una concatenación temática que cultive los valores nacionales en cada etapa de nuestra vida, cuidando que la referida armonía se conserve intacta.

En países como Japón, Noruega, Alemania, etc., su práctica es admirable. Como esa no es nuestra realidad, la consecuencia será seguir contando con una ciudadanía (gobernantes y gobernados) indiferente que solo piensa en ella y en su familia pero nunca en su patria.

Por esta tragedia histórica, la referida recomendación que relieva los derechos y las responsabilidades del docente, termina desnaturalizada, pegándose a las exigencias del formalismo para el ejercicio de la docencia que circunscribe sus tareas al solo cumplimiento de reglas.

Por eso, además, pocos son los profesores que dedican tiempo en la clase para el abordaje de la coyuntura nacional e internacional, metiendo a los estudiantes en una bola de cristal y, en consecuencia, volviéndose indiferentes -seguramente sin proponérselo- con la realidad.

Finalmente, fue rectificada la edad de jubilación docente de 70 a 75 años pero sigue siendo insuficiente. Los ancianos siempre serán más sabios porque la experiencia -decía Aristóteles- es la mejor garantía para el conocimiento verdadero.