Terminada la campaña presidencial, comprobamos que esta polarizó, enrareció y dividió el país en dos mitades, con marcadas “tendencias”: una, con claro respeto a la Constitución, a la inversión privada como motor de crecimiento y desarrollo y, la otra, de anunciada simpatía comunista/socialista, estatizadora e interventora de las libertades fundamentales de los ciudadanos y con amenaza extra de una Asamblea Constituyente en ciernes.

Al bicentenario, el Perú se desangra en intolerancia y enfrentamiento entre sus ciudadanos. En ningún país de la región, la amenaza comunista/socialista se ha anunciado con tanta claridad y desenfado, como ha sucedido con el plan de gobierno e ideario del partido Perú Libre (que sustenta la candidatura de Pedro Castillo), liderado por un exgobernador regional condenado a carcelería por el Poder Judicial y que ha sido vocalizada en plazas públicas por el candidato-profesor.

Si bien es cierto que el voto de los autodenominados “nadies” es un voto de protesta y rebelión ante el abandono de muchos años de los mas pobres, de los mas vulnerables y de aquellos que viven lejos de las mejoras que ostenta la capital, no es menos cierto que en nuestro país, la descentralización no ha rendido los frutos esperados. Los gobiernos regionales en promedio, dejan de utilizar anualmente más del 30% de sus presupuestos asignados y, en la mayor parte de los casos (como ha sucedido con el jefe del Partido Perú Libre en Junín), han desatendido a sus pobladores a través de flagrantes obras inconclusas, plagadas de corrupción o inútiles. Sin duda, esta sinfonía de desatinos ha estado acompañada también de muchos abusos de poder y mercantilismo puro de algunos que, desde el sector privado, lejos de desmarcarse de la corrupción, fueron participes del banquete y reparto de la obra pública por igual.

Así las cosas, tenemos un Perú herido, azotado además por una pandemia mundial que ha teñido de muerte a miles de familias, ha arrasado la economía, ha dejado sin empleo a miles y a obligado a cerrar empresas de todos los tamaños, sin ninguna piedad.

Que los resultados de esta apretada elección nos lleven a reflexionar, de una vez por todas, sobre hacia dónde queremos conducir nuestro país y bajo qué preceptos fundamentales. Ciertamente, la mitad de los ciudadanos no habremos elegido al nuevo presidente/enta pero, tendremos que convivir con ese estigma y estar vigilantes de que se respete el marco jurídico y los derechos fundamentales de todos, con el compromiso y la obligación de participar activamente de la vida política y económica de nuestro país.