La fragmentación de las fuerzas políticas en el Congreso sumado al “cambio de camisetas”, creación de nuevas bancadas y la falta de disciplina partidaria complica la predictibilidad del pleno. El reciente proceso de elección de la nueva Mesa Directiva, con cuatro listas que compitieron en una asamblea de 130 congresistas, muestra la dificultad para producir amplios consensos. En ese sentido, es justo reconocer los acuerdos alcanzados para delimitar el ejercicio de la cuestión de confianza, archivar el proyecto de convocatoria de una asamblea constituyente y la elección de seis nuevos magistrados del Tribunal Constitucional. Como tema pendiente para la nueva Mesa Directiva quedó la reconsideración de voto para aprobar la bicameralidad en primera legislatura. Ha sido mucho lo realizado en un pleno compuesto por parlamentarios noveles y la dirección de una presidencia que tuvo que lidiar con fuerzas al interior y exterior del legislativo.
Debemos tener presente que los parlamentos más eficientes son los bipartidistas, es el caso de los legislativos anglosajones creyentes en las mayorías claras. La realidad de nuestro país es diferente pero un debido dimensionamiento para el ejercicio de la política debe orientarse hacia un Congreso de cuatro partidos, con los debidos ajustes para evitar futuras particiones, transfuguismo, retorno a la reelección inmediata y recuperación de la garantía de inmunidad parlamentaria. En resumen, una reforma política correctora al Congreso demanda alcanzar el dimensionamiento del pleno, consolidar la experiencia de una clase política en el tiempo, la predictibilidad en sus votaciones, dos cámaras que se contrapesen y compuesta por criterios de representación distintos.