Mis amigos saben que me encantan las biografías, las historias de héroes, la vida de los grandes personajes de la historia. Saber que los protagonistas de sucesos nobles y elevados son hombres, mujeres de carne y hueso, nos inspira a mejorar, a luchar todos los días. Pero de esas experiencias vitales, sin lugar a dudas, la vida de los santos es la más fascinante.

Todos los santos comparten una cualidad fundamental: la humildad. Saben que están hechos de barro y ponen toda su confianza en Dios. Conocen que siempre tendrán que luchar contra ellos mismos y al mismo tiempo están convencidos del triunfo, porque Dios pelea junto a ellos.

Me encanta una anécdota de un gran santo de nuestros días, San Josemaría Escrivá de Balaguer. Cuando empezó una academia y residencia para estudiantes le puso por nombre “DYA” (Dios y Audacia).

Los santos siempre han tenido una visión extremadamente audaz hasta el punto de resultar incluso desconcertante. Sueñan más allá de la ciencia ficción porque saben que el cumplimiento de esos sueños no depende de ellos, sino de Dios. Si el héroe es temerario el Santo siempre es audaz. Y con esa audacia ha extendido el cristianismo por toda la tierra.

Para salir de esta crisis necesitamos la máxima audacia que proviene de la confianza en Dios. Solo en Él está la respuesta y en el esfuerzo y sacrificio de todos los peruanos de buena voluntad. Los políticos deben pensar en el bien común, los directivos han de innovar y todos tenemos que trabajar más duro que nunca por nuestras familias. Dios y Audacia, esa es la fórmula para el Bicentenario. ¡Feliz Navidad!