Al repasar las campañas políticas de los últimos veinte años descubrimos constantes en la prédica de los candidatos presidenciales. Los más conservadores, o “de derecha”, resaltan la importancia de abrir los mercados, el pleno empleo y que los servicios de la Administración Pública sean más eficientes para el ciudadano; sin embargo, no se plantea con firmeza reducir los impuestos a la vez de ampliar la base tributaria. En resumen, el discurso se reduce a las libertades económicas para un electorado que desea alcanzar el bienestar, pero descuidando otras tan relevantes como el libre tránsito, reunión, libertad religiosa que echamos en falta durante la pandemia y terminaron afectando la economía.
El discurso de los candidatos de izquierda, militantes del socialismo, además de agudizar las diferencias entre los ciudadanos no plantean un conjunto de políticas públicas para personas en extrema pobreza, abandonados, desnutridos y con deserción escolar. Las libertades están ausentes en toda la campaña, sólo vendernos una igualdad novelada donde al final “unos terminan más iguales que otros” (Orwell dixit).
En conclusión, los conservadores se estancan en la economía, los socialistas en el deseo de igualar a las personas con los ciudadanos más pobres. En ambos casos debe producirse una evolución del pensamiento político. Los primeros como promotores de todas las libertades en una sociedad democrática, la base que sustenta el bienestar general. Los segundos, el deber de corregir el fallido socialismo de inicios del siglo XX, observar los modelos europeos para saber redistribuir la riqueza proveniente de los tributos con mejores servicios, políticas públicas y oportunidades.