Cuando todo era un caos y las tribus vivían en la barbarie, el dios sol envió a sus hijos, Manco Cápac y Mama Ocllo, que emergieron de las aguas del lago Titicaca. A partir de allí la civilización llegó a este reino. Algo así podría estar ocurriendo hoy, cuando el 60 por ciento de los índices de popularidad está en manos de los hermanos Keiko y Kenji, herederos del apellido Fujimori, lo que dice todo del desastre de la clase política y dirigente de nuestro país. Este es un punto de vista; el otro opuesto podría decir que es el resultado del progresivo mejoramiento de nuestra clase política, cuyo perfeccionamiento es la dinastía de los Fujimori. O también que los Fujimori son la reacción mesiánica y salvadora de ruptura frente al deterioro de los grupos políticos. Cuando ya nada puede estar peor, repentinamente brota el bien supremo. Nos guste o no, este será el esquema que se desarrollará hasta las próximas elecciones generales. Quedará reforzado en las elecciones regionales y municipales, pero -salvo imprevistos o previstos (Odebrecht)- la discusión política divagará alrededor de la disputa de ambos hermanos por heredar el liderazgo del padre. Es innegable que el gobierno de Fujimori tiene buen recuerdo en una gran parte del caudal electoral nacional. Pero no hay que olvidar que el gobierno de Fujimori no fue lo que fue sino hubiera tenido a su lado la mente inteligente de Vladimiro Montesinos. Estos dos chicos le conocieron como el “Tío Vladi”; ella dice que no le gustaba, pero con Kenji se llevaba mejor. ¿Y si lo indultamos también? Sería un sueño para que todo vuelva al estado en que -algunos dicen- nunca el Perú estuvo mejor.