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Dos instituciones que en cualquier país del mundo civilizado son claves para la vigencia de las libertades, la democracia y el Estado de derecho, en el Perú siguen siendo blanco de pugnas que buscan mantenerlas divididas. La Iglesia y el periodismo, con todas sus virtudes y defectos, juegan un rol vital en momentos en que la estabilidad política de un país tiende a quebrarse. Ambas buscan consensos y son cohesivas cuando la anarquía se asoma. Pero hoy las vemos fracturadas. Ya el fujimorismo probó cómo sobrevivir creando una prensa sometida por el soborno y el chantaje, pero fue una minoría como puede ser hoy ese periodismo alineado a los protagonistas del escándalo de Odebrecht, el que estamos viendo, que llevará al mayor número de expresidentes peruanos a la cárcel. La Iglesia católica, la de la mayoría de los peruanos, abrumada por la pérdida de reputación gracias a los escándalos de la pedofilia y abusos sexuales de algunos (muchos) de sus miembros, también muestra las grietas de dos grandes bandos, unidos por un único Dios, pero separados por ideologías políticas y estilos de mirar la vida. Es también una minoría. El caso más reciente, el del obispo de Piura con unos periodistas, muestra a una iglesia cuyas cabezas no son capaces de estar por encima de las particularidades. Los líderes que no son parte de la solución forman parte del problema. El padre que toma partido por uno de los hijos deja de ser padre, pasa a formar parte de los hermanos, no ayuda, complica. Es penoso e irresponsable echar más leña al fuego, algunos ni se dan cuenta de que lo están haciendo, porque favorecen proyectos de impunidad, que atrasan al país y que igualmente separarán la unión nacional que, como sabemos, ha sido clave en el éxito de otros países cuyos líderes supieron ponerse por encima de las discrepancias coyunturales, intrascendentes o anecdóticas.