El filósofo británico Bertrand Russell, premio Nobel de Literatura en 1950, señaló que la humanidad tiene una doble moral: una que predica y no practica y otra que practica y no predica. Lo cierto es que la doble moral, resulta la verdadera epidemia de la humanidad. La doble moral supone criticar a alguien por una conducta, y justificar y disculpar a un allegado o amigo por hacer exactamente aquello que se critica. La sociedad se indigna por un emprendedor que roba, pero soslaya a un político de izquierda que lo hace en arca pública. Una sentencia condenatoria o una interferencia fiscal sobre un amigo, es persecución y abuso; una sentencia condenatoria o una interferencia fiscal sobre un enemigo, es justicia.

Nuestra coyuntura política nos enrostra múltiples ejemplos de doble moral (dura y pura): un ministro de Estado que pregona su lucha contra los corruptos, mientras sus hijos, hermanos o parientes de primera línea, se benefician de contrataciones ilegales con el Estado. Un presidente de la Republica que llena plazas públicas vociferando contra los corruptos, mientras sus funcionarios más cercanos presionan a otros para beneficiar indebidamente a terceros. “…Una auténtica economía social de mercado promueve y protege los intereses de la mayoría, fomenta la libre competencia y no tolera el aprovechamiento de la ley para beneficio propio...” leía el presidente Castillo desde el teleprompter, durante su discurso en la CADE Ejecutivos 2021, pero callaba ostentosa y groseramente cuando sus colaboradores eran aquellos que cometían los actos de tráfico de influencias o patrocinio ilegal en sus propias narices. Incluso, revisando la coyuntura más reciente, encontramos a una conspicua lideresa política de izquierda declarando que no va a claudicar jamás de sus principios y que no va a permitir que personas procesadas por corrupción “mellen” este proceso y, mientras apenas terminaba de murmurarlo, con la otra mano, firmaba sendas alianzas con condenados por corrupción, ventilándose públicamente con ellos, en abrazos fraternos, con la sola intención de lograr su inscripción electoral. Doble moral la llaman, doble cara, doble rasero, doble discurso. Singular la verborrea sin par de quienes, enarbolando la bandera de los derechos humanos, la integridad y la lucha contra la corrupción, “humanizan” los pecados de unos en desmedro de los otros, en idénticas situaciones, y me trae del recuerdo la inmortal frase, atribuida al mariscal Benavides o a Benito Juárez : “a mis amigos, todo; a mis enemigos, la ley”.

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