Es una muy mala señal para la vigencia del sietemesino gobierno del presidente estadounidense Donald Trump que su propio secretario de Estado, Rex Tillerson, efectúe declaraciones bastante distantes del esperado discurso de sintonía que deben tener los actores visibles del gobierno del país más poderoso del planeta. En efecto, a propósito de las declaraciones de Trump calificadas de ambiguas por no mostrar una opinión firme de condena al racismo en el denominado país de todas las sangres por los disturbios racistas en Charlottesville, Virginia, el jefe de la diplomacia de EE.UU. ha dicho que “el presidente habla por sí mismo”, dejando entrever que no estaría representando los valores del pueblo estadounidense. 

No parece golpe bajo sino más bien desencanto, pues prácticamente cuestiona el juicio de valor del primer ciudadano de Estados Unidos que, además, personifica a la denominada “gran nación americana”, como está acuñada en el imaginario del país a partir de la construcción de su identidad nacional, cuyas bases están en el Destino Manifiesto profundamente arraigado a la historia de EE.UU. Estuve hurgando en las declaraciones de los antecesores de Tillerson y francamente no encontré en Henry Kissinger, secretario de Estado (1973-1977) de Richard Nixon, ni en Colin Powell (2001-2005), que lo fue de George W. Bush, ni en John Kerry (2013-2017), de Barack Obama, solo por referirme a algunos, una posición pública distinta y distante de la línea establecida por sus presidentes. Es lo correcto y lo que corresponde; sin embargo, las expresiones de Tillerson ponen al descubierto la enorme fractura que estaría afrontando Trump, quien solamente sabe perder a sus más cercanos colaboradores, pues han renunciado su jefe de gabinete y otros hombres muy cercanos al gobernante en las últimas semanas. Trump parece irse quedando solo y eso denota a un gobierno sin brújula volviéndose más vulnerable a las amenazas dentro y fuera del país.