El presidente francés Emmanuel Macron le tiende la mano a su par estadounidense Donald Trump en momentos en que este es impactado por el aislamiento internacional, derivado de su inocultable simpatía con la salida del Reino Unido de la Unión Europea y, lo más grave, por la decisión de EE.UU. de abandonar el Acuerdo, paradójicamente, de París sobre cambio climático. Pero tampoco es que Macron actúe por puro altruismo. No. Francia ha sido castigada por el terrorismo y puede volver a serlo y necesita el apoyo de Washington. Macron ha sido deliberadamente generoso con Trump en su discurso por el Día Nacional de Francia hasta donde llegó su invitado de honor acompañado de la bella Melania. Mirar a ambos gobernantes -abrazos y sonrisas al por mayor- caminando por los Campos Elíseos, lo dijo todo. Es el mejor momento bilateral desde los esfuerzos de los exmandatarios Obama y Hollande para superar el escándalo planetario por las revelaciones del exanalista de inteligencia Edward Snowden que puso al descubierto la interceptación de millones de llamadas telefónicas en Francia por parte de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) y, por supuesto, la evidente ruptura que vivieron por la guerra de Irak que París no apoyó. Macron valora el rol de la historia y eso es lo que siempre debe considerar un estadista. Ambos países reportan una alianza desde que el famoso Marqués de Lafayette abandonó su castillo francés para embarcarse en el emblemático velero “L’Hermione y ponerse a las órdenes del célebre George Washington en su lucha por la independencia de Inglaterra (1775-1783). Suma el obsequio francés de la ciclópea Estatua de la Libertad (1886) para conmemorar el centenario de la independencia de EE.UU., y desde luego el apoyo de Washington a París durante las dos guerras mundiales (1914 y 1939). Trump y Macron se aprecian pero sobre todo se necesitan, el primero al galo para que le sirva de puente internacional, y el segundo al neoyorquino pues aunque treintón y neófito gobernante, ya quiere liderar en el Viejo Continente.