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La clase política está desacreditada y sus máximos representantes ya sufren consecuencias adversas. Por ejemplo, la persona más poderosa del país, Keiko Fujimori, según una encuesta de Pulso Perú, tuvo un fuerte revés en los últimos días. Un sondeo de Ipsos Perú indica que el 80 por ciento de los peruanos la desaprueba.

Pese a no tener mucho protagonismo político luego de perder las elecciones generales del 2016 ante Pedro Pablo Kuczynski, la mayoría del país la relaciona con el pobre desempeño del Congreso de la República. Es que la consideran la cabeza visible de la bancada mayoritaria de un Legislativo muy propenso a la convulsión y a la discusión innecesaria, con mucha gente que habla de moral y ética pero que las practica muy poco.

Sus defensores tratan de hilvanar argumentaciones imposibles para justificar la caída en las encuestas. Algunos hasta se indignan cuando les hablan de este tema, como si el que comentara esto estuviera cometiendo una herejía. Los mismos que conforman ese grupo de incondicionales de Keiko Fujimori son los que están más preocupados por decirle a su lideresa que todo está bien, en vez de ser críticos y ayudarla a corregir errores.

Si bien es cierto tiempo atrás un descenso en las preferencias de la gente parecía solo un mal augurio, ahora es un pronóstico real con indicios de terremoto. Remontar este panorama depende de la propia Keiko y de sus asesores, pero también de sus congresistas. Deben ser conscientes de que están perdiendo su lugar de representantes privilegiados de gran parte de los peruanos.