La mejor explicación a por qué ningún candidato supera el 13 o 15 por ciento de intención de voto a tres semanas de las elecciones generales, y a cómo es que el 30 por ciento de peruanos aún no se decide por ningún postulante; la podemos encontrar en lo sucedido durante el debate de la noche del domingo, en que ni al menos uno de los cinco participantes marcó la diferencia y mostró atributos como para ponerse al frente del Perú en un momento tan crítico.

Daniel Urresti demostró una vez más que lo suyo es el show, que quizá le vendría bien si postulase a la alcaldía de algún distrito o para miembro de una bancada congresal minoritaria, achorada y bullanguera. George Forsyth con su letanía de la “constitución anticorrupción” y con repetir “los mismos de siempre” una y otra vez, parece que no da para más. Keiko Fujimori estuvo articulada y aprendió la lección teniendo en cuenta que es la tercera elección en la que participa.

Sin embargo, no hubo novedad en sus propuestas y si es que pasa a la segunda vuelta, parece estar resignada a perder con quien sea, por lo que solo le quedaría tratar de colocar el mayor número de legisladores. Verónika Mendoza estuvo bien en la forma, quizá fue la mejor, pero como siempre sus propuestas propias de una izquierda cavernaria son un desastre. Su populismo es de película de terror, y eso del “Estado bueno versus empresario malo”, más parece un meme.

El que no se explica cómo es que aparece primero en las encuestas es Yohny Lescano, quien fue uno más y dejó en claro que tiene mucho que agradecer al buen recuerdo que, pese a todo, mucha guarda respecto a los dos gobiernos de Fernando Belaunde y su lampa. El hombre no tiene ni plan ni equipo de gobierno conocido. Incluso fue suspendido del Congreso tras una denuncia de acoso, pero allí está, casi fijo en la segunda vuelta.

Se entiende que el ciudadano esté harto y desilusionado de los políticos tras ver a los seis últimos mandatarios en problemas judiciales por presuntos actos de corrupción. De igual forma, es comprensible que muchos anden pensando en cómo afrontar los efectos de la pandemia antes que en decidir su voto. Sin embargo, es evidente que no tiene mucho que elegir y que como tantas otras veces, deberá resignarse con el mal menor. Así estamos en nuestro bicentenario. Una pena.