El resultado de las elecciones presidenciales del último domingo en Ecuador dan al oficialista Lenin Moreno con 39,10% de los votos, el primer lugar en las intenciones de votación, y al financista y hombre de la banca, Guillermo Lasso, su competidor más cercano, el 28,8% de los sufragios. Para que Lenin sea ungido en primera vuelta presidente de su país deben suceder dos cosas: que el candidato del gobierno alcance el 40% de las preferencias y que, además, la diferencia con su más cercano rival, mantenga el margen del 10% de los votos. Los resultados se sabrán recién este jueves al 100%, por lo que nadie puede cantar victoria.

Sin pérdida de tiempo, Lasso acaba de convocar a todas las fuerzas vivas de la oposición para sumar esfuerzos y enfrentar unidos en una segunda vuelta al hombre del humor y de la sonrisa ecuatoriana, pero que en el fondo buscaría ponerle coto al correísmo que ha estado al frente del país durante la última década. Es sintomático que Lenin obtenga un alto porcentaje de respaldo. En otras circunstancias, un gobierno que se ha mantenido al frente del Poder Ejecutivo por una década, como ha sucedido con la agrupación del actual presidente Rafael Correa, debería más bien sufrir los embates del desgaste político, pero no ha sido así. El régimen de Correa no ha sido un mal gobierno -se produjo una importante disminución de la pobreza extrema-, pero tampoco para que sea modelo para la región. A Correa nunca le fue bien con los medios de comunicación -en ello se parecía y mucho al desaparecido Hugo Chávez- y al candidato Moreno, en cambio, sí. Tipo simpático que aparece más conciliador, habría ganado más aceptación de lo esperado. Su situación de discapacitado también juega, hay que decirlo. Si hay segunda vuelta, el pronóstico es reservado. La experiencia en otros países así lo explica. Hay que esperar.

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