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El gabinete binacional de Trujillo desarrollado ayer, liderado por los presidentes de Ecuador y Perú, deja un buen sabor, más allá de la evidente empatía que se nota entre Lenin Moreno y Pedro Pablo Kuczynski. Como se desprende de los veinticinco puntos de la declaración del encuentro binacional, se han establecido nuevos espacios de cooperación mutua y se han ratificado otros. Sin embargo, lo más importante es que todo indica que la relación va viento en popa y abre posibilidades que redundarán en mejoras para peruanos y ecuatorianos. En efecto, el encuentro abona en algo más que un simple acto protocolar y agenda de coyuntura. La experiencia que vienen construyendo Ecuador y Perú desde el segundo lustro de los noventa es extraordinaria. Esto es resultado de la decisión madura de los líderes de ambas naciones, que transformaron, en menos de dos décadas, una relación fría y beligerante en una de cálida armonía edificante para ambos países. Porque no hay que olvidar que no solo el diferendo limítrofe entorpeció, por décadas, las buenas relaciones. No hace mucho, las diferencias ideológicas entre los líderes de ambos países no fueron óbice para avanzar en la relación. No olvidemos que Rafael Correa y el propio Lenin Moreno se autodeclaran socialistas y, cuanto menos, el primero era un entusiasta militante y propulsor del ALBA. Aun así, Ecuador siempre fue muy respetuoso del camino tomado por el Perú, reciprocidad que fue devuelta de igual forma. Correa trabajó muy cercanamente con García y Humala, a pesar de las distancias ideológicas entre los dos mandatarios peruanos. Moreno, al parecer, ha decidido tomar el mismo camino con PPK. Eso está muy bien, ya que se marca un camino estructurado. Somos dos países con historia profunda compartida, retomando con madurez y sabiduría el tiempo perdido. Ejemplo en un continente tan dividido, más allá del discurso oficial.

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