La diplomacia no es el arte de la hipocresía. Todo lo contrario. En su ejercicio los actores visibles, que suelen ser los propios jefes de Estado -diplomacia presidencial- o los ministros de relaciones exteriores y los embajadores -diplomacia profesional-, apuntan a una verdadera interacción interestatal en función de los intereses nacionales. Dichos actores suelen cuidar mucho las formas que en diplomacia es capital. El reciente encuentro entre el consejero de Estado chino, Yang Jiechi, máxima autoridad diplomática del gigante asiático, y el secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, jefe de la diplomacia de Washington, ha tenido el objetivo de que pudieran conocerse quiénes en adelante serán los interlocutores de ambos países. Entre ellos debe haber comunicación abierta o cuando menos fluida. Cuando eso no sucede, los presidentes rápidamente deben cambiar a los actores en ese alto nivel político, pues muchos de los procesos que pudieran tener en marcha podrían verse frustrados. En otras épocas el encuentro sería EE.UU.-Rusia, pero Moscú ha sido desplazado por Beijing. Los dos países saben que compiten por áreas de influencia, no como antes en que prevalecían los espacios geopolíticos ideologizados. Ambos diplomáticos han coincidido en que una relación constructiva es lo más conveniente para ambos Estados. Washington y Beijing cuidarán al máximo el mejor contexto bilateral. A los chinos les interesa penetrar más y más hasta copar el mercado estadounidense y no están concentrados en el conflicto en el Medio Oriente. También les interesan otros espacios del globo como América Latina, adonde llegan por el BRICS que agrupa a China y otros 4 países. A Washington le preocupa que China lo pudiera desplazar, pues ya lo hizo con Rusia. Buscará tenerlo cerca y por eso Trump decidió rectificar pregonando la política de reconocer una sola China. Se van a seguir tanteando, así es el poder.

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