El pasado 25 de mayo se ha cumplido un año del horrendo crimen en Minneapolis, Estado de Minnesota (EE.UU.)-, en que se ve cómo el ciudadano negro, George Floyd, fue reducido por un policía blanco que, inmovilizándolo sin misericordia y hasta con inmutable y escalofriante gesto de odio visceral, desoyó sus imploraciones hasta asfixiarlo. El trágico episodio puso en primera plana el inacabable racismo en el tantas veces jactado país de todas las sangres. Aunque la justicia estadounidense ha concluido el 21 de abril de este año, la culpabilidad del agresor, Derek Chauvin, que fue hallado responsables de los tres cargos imputados, no se pude negar que se trata de una realidad recurrente, penosamente histórica y estructural en EE.UU. En efecto, recordemos que durante la Guerra de Secesión (1861-1866), fueron los rebeldes confederados racistas los que se enfrentaron a los Estados unionistas en un país que estaba en pleno proceso de afirmaciones nacionales y donde se había vuelto un credo la doctrina del Destino Manifiesto desde el instante en que las Trece Colonias lograron su independencia de Inglaterra (1776). Los esfuerzos de algunos presidentes -contados con los dedos-, como Abraham Lincoln o John F. Kennedy -extrañamente los dos asesinados-, que asumieron el tema del racismo frontalmente para combatirlo, o la lucha en los años sesenta del activista Martin Luther King, también asesinado, o finalmente, hace poco tiempo, el demócrata Barack Obama, el primer mandatario negro en la historia estadounidense, no han podido darle vuelta a la página para echar a andar a un país heterogéneo por excelencia. Al dar la vuelta del primer año de este caso, se espera que el Congreso estadounidense, pueda aprobar las leyes que constituyan realmente un punto de quiebre en asuntos de racismo, discriminación y violencia policial en el país. Deberá hacerlo y pronto porque mientras persistan las injusticias por este complejo asunto, el país seguirá vulnerable como sucedió el año anterior. Cerca de 40 millones de negros viven en EE.UU., donde hasta ahora nadie ha podido abordarlo profundamente con educación, pues el racismo, casi siempre solapado, persiste por la ignorancia.