En el marco de la 75 Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, las pugnas entre Estados Unidos de América y la República Popular China, no pasaron desapercibidas. Manteniendo una relación muy tensa desde que la Organización Mundial de la Salud - OMS, declaró la pandemia del Covid-19, las vinculaciones entre ambos países han destacado por la manifiesta rivalidad en el nivel planetario.

Los dos Estados con sus mandatarios a la cabeza, Donald Trump y Xi Jinping, de EE.UU. y China, respectivamente, han hecho de los ataques y las acusaciones políticas internacionales, una regla en el actual escenario mundial.

Primero, los enfrentamientos fueron por la imputación de la responsabilidad en el origen de la pandemia, y por tanto, en la acusación de los efectos producidos por este dramático episodio atípico de la humanidad. Ahora los señalamientos entre Washington y Beijing están concentrados en la vacuna que pudiera librar a la sociedad internacional del flagelo del coronavirus que ha cobrado casi un millón de muertos y más de 31,7 millones de contagiados en todo el globo.

La jornada del martes en la ONU ha sido, entonces, de puro fuego cruzado. La estrategia de Trump ha sido acusar, acusar y acusar, para promover un eco en el frente interno de su país donde habrá elecciones el 3 de noviembre, queriendo seguir sensibilizando a los votantes en el sentido de que la pandemia y sus estragos tienen un solo responsable: China.

Mientras tanto, la estrategia del Xi Jinping, a mi juicio, más astuta pero no por ello, al final, la más efectiva, ha sido reiterar la voluntad nacional de que la vacuna pudiera distribuirse a todos los países del globo, casi como la ventilada por el régimen ruso de Vladimir Putin.

Así como están las cosas en el planeta, con altísimas sensibilidades e incertidumbre por hallar la vacuna salvadora -los rebrotes comienzan a imponerse en algunos lugares del mundo, como es el caso de Europa-, es evidente que los países, sobre todo los más vulnerables, van a girar pragmáticamente por los Estados poderosos que los pudiera librar del drama que padecen sus poblaciones.  Con ello, EE.UU. y China, igual seguirán lidiando.