Una decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América acaba de anular por un caso -Roe c. Wade- el derecho federal al aborto. Sin duda, se trata de una decisión jurisdiccional histórica y ninguna medida política del ejecutivo estadounidense la podrá cambiar. Solamente podría ser revertida por el Capitolio (Congreso) y por eso Joe Biden ha dicho que en las elecciones al Senado del 8 de noviembre de 2022 en que serán disputados 33 de los 100 escaños se medirá la correlación de fuerzas y desde luego la suerte del aborto. Tema muy polarizado, lo cierto es que en Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo, cuando existe certeza médica de que el producto no será una persona humana debe recurrirse a su interrupción; y, cuando la vida de la madre está en inminente peligro, debe preferirse pues se trata de una existencia ya estructura en la calidad de persona humana que el producto aún no tiene. En el caso del aborto por violación sexual, que es el más complejo en EE.UU.-, uno de los puntos más sensibles, el argumento de quienes lo avalan es que la mujer es dueña de su cuerpo y nadie que no sea ella puede decidir sobre su ser como lo ha dicho el propio Biden. Esto último es una verdad a medias pues el no nacido que se halla en su vientre es otro ser, distinto de la madre y yace dentro de ella por una cuestión de la naturaleza. Peor y más grave es permitir el aborto voluntario pues la mujer no es propietaria del nuevo ser que, cobijado en su vientre, es independiente de ella, aunque mantenga un nivel de dependencia biológica –cordón umbilical- para sostener viable su posterior nacimiento. Constituido en otro ser –vida humana- con estructura única y diferente, debe ser protegido in extremis, dada su absoluta indefensión al no poder valerse por sí mismo para impedir la interrupción de su nacimiento. Si en el caso de la violación sexual, que es execrable, el nuevo ser no puede ser responsable ni víctima de hechos que promovieron su existencia, es totalmente condenable que se lo aniquile bajo la errada idea de que “es mi cuerpo y hago lo que quiero”. Sin entrar en argumentos religiosos, desde el derecho diré que, cuando se tiene vida intrauterina, se busca conservarla pues la existencia siempre será superior por su calidad de bien jurídico máximo.