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La no proliferación de armas nucleares, de cualquier alcance, fue la decisión de los Estados luego de la catastrófica e irrepetible experiencia de Hiroshima y Nagasaki, los días 6 y 9 de agosto de 1945, que marcó el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Desde entonces, la diplomacia mundial se ha abocado a concretar tratados sobre desnuclearización. Uno de los últimos acuerdos que registra el Derecho Internacional fue el que firmaron en 1987 EE.UU. y la entonces Unión Soviética, sobre fuerzas nucleares de alcance intermedio, cuyo propósito era que ninguno de los dos países, por ese momento todavía protagonistas del agónico mundo bipolar, pudieran almacenar, probar o desplegar misiles terrestres, sean los convencionales o los temibles de características nucleares. El mundo entero, entonces, los aplaudió en su madurez, y Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, los líderes de las dos superpotencias en el momento crepuscular de la Guerra Fría (1945-1989), fueron encumbrados como estadistas de la paz global. En las últimas semanas hemos sido testigos de cómo el referido tratado fue terminado por Washington, que adujo que Moscú no cumplía con su contenido y que, por tanto, era en vano seguir manteniéndolo. Al final, ambos países acabaron el tratado haciendo vulnerable la paz y la tranquilidad del mundo, cuyo mantenimiento es la razón de ser de la ONU, conforme la Carta de San Francisco de 1945. Con el lanzamiento de ayer por EE.UU., la tensión internacional puede pasar a convertirse en una penosa regla planetaria, y eso preocupa muchísimo, pues queda en riesgo la seguridad internacional al despreciarse el principio jurídico del PACTA SUNT SERVANDA, que es la base del derecho de los tratados -Convención de Viena de 1969- y entendido como el fiel cumplimiento de lo pactado, lo que es ley entre las partes. Es verdad que los tratados, que expresan la voluntad de los Estados u otros sujetos del derecho internacional, contienen cláusulas sobre la denuncia (desvinculación) del instrumento, pero también lo es que se recurre a estas decisiones unilaterales y soberanas cuando existen motivaciones racionalmente consistentes que nunca jamás siembren incertidumbre internacional. Creo que estadounidenses y rusos le sacaron la vuelta al tratado cuando estaba aún vigente, actuando según sus intereses y objetivos nacionales. 

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