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El reciente brutal atentado terrorista en el Sinaí (norte de Egipto), en una mezquita sufí -rama sunita del Islam moderado que permite imágenes en el credo-, cuyo saldo asciende a más de 270 personas, sería una reacción contra el régimen de policía establecido por el presidente Abdulfatah al Sisi, militar que sacó del poder por un golpe de Estado (2013) al presidente elegido democráticamente en Egipto, Mohamed Mursi (2012), apoyado por los Hermanos Musulmanes (HM). El ajedrez para comprender el origen del feroz suceso es complejo y lo voy a explicar. Mursi fue elegido presidente luego de la revuelta en el Cairo (2011) producida por la denominada Primavera Árabe iniciada en Túnez el año anterior; esta consistió en espontáneas manifestaciones populares en todo el mundo árabe exigiendo democracia y derechos sociales -también aconteció en la Libia de Gadafi -. Este fenómeno social en Egipto acabó con el gobierno de tres décadas de Hosni Mubarak, aliado incondicional de EE.UU. Al Sisi se valió de la justicia egipcia para asegurar el encarcelamiento de Mursi, quien, librado de la pena de muerte, ha sido condenado a cadena perpetua. Los HM, el más antiguo grupo integrista del mundo árabe -fundado en 1928 y de origen sunita-, apoyó desde el comienzo a Mursi. Por esa razón, ha sido perseguido por Al Sisi, cuyo Gobierno lo considera un grupo terrorista. Los HM, aprovechando su enorme influencia social al interior de Egipto, no se han quedado tranquilos, tramando o coadyuvando en una serie de acciones violentas en el país para doblegar al Gobierno. Se sabe que la secta Wilayat Sinaí, que opera en la región donde precisamente ha sucedido el ataque, es adicta al Estado Islámico y es tan sunita como los Hermanos Musulmanes. Se trata, pues, de un difícil escenario de poder, violencia y religión; pero que sí permite realizar deducciones razonables. Al cierre de esta columna, nadie ha reivindicado el atentado; aunque Al Sisi, quien ha prometido vengar el ataque, sabe en el fondo que es contra él y su Gobierno.