A pocas semanas del atentado a los cristianos coptos de Egipto -no se crea que los únicos cristianos son los católicos o los de las iglesias protestantes surgidas con la Reforma religiosa del siglo XVI-, sucedido el 10 de abril de 2017, en que murió cerca de medio centenar de personas ad portas de la visita del papa Francisco a El Cairo, ha sobrevenido otro contra los cristianos coptos -constituyen el 10% de la población egipcia-, cuyo trágico saldo ha llegado a los 22 muertos y varias decenas de heridos. La pregunta que salta a la vista es: ¿De dónde proviene exactamente la motivación real del atentado y, con ella, cuál es el objetivo de la acción terrorista? No será difícil suponer que los ataques contra los cristianos en la tierra de las pirámides están fundados en la intolerancia como regla. Cuando los grupos extremistas detienen a los cristianos para cerciorarse de que realmente lo sean, los obligan a recitar las aleyas del Corán. La impericia los lleva a la muerte sin misericordia, casi siempre por la decapitación. El presidente egipcio Abdel-Fattah al Sisi, contando con información de primera mano, no ha querido esperar más y ha decidido que la fuerza aérea egipcia bombardee las bases de los extremistas que se encuentran en espacios complicados del territorio de Libia. Desde que cayó Muamar Gadafi en 2011, Libia se ha convertido en tierra de nadie, donde sobresalen tres grupos que buscan conservar a cualquier precio el poder. No es que Gadafi fuera sinónimo de orden. No. Muerto el tirano, todos quieren el poder y el país se ha anarquizado. Egipto es un aliado estratégico de EE.UU. desde hace varias décadas y ese nivel de alianza exacerba a los grupos terroristas que buscan, por ejemplo, recuperar espacio para los Hermanos Musulmanes -considerado grupo terrorista por el gobierno- con el expresidente Mursi (junio, 2012- julio, 2013), hoy encarcelado. Futuro complicado para Egipto, donde los coptos siguen siendo los vulnerables y por eso llevan la peor parte.

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