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En el contexto de hoy, en que todo parece girar en torno a la popularidad del Presidente y cómo recuperar lo perdido en las últimas encuestas, convendría reflexionar sobre si realmente ser popular debe quitarle el sueño, o si sería mejor para el país, y para él mismo, buscar que ese apoyo comience a echar raíces debido a temas sustanciales, programáticos, realmente urgentes, y no a aquellos que los estudios de opinión premian y viven aplaudiendo.

Los últimos doce meses fueron pródigos en acontecimientos políticos, judiciales y hasta deportivos que acapararon la atención general, y en los que había que encontrar las oportunidades con el fin de establecer rápidamente su espacio político para el nuevo gobierno. Supo capitalizar la indignación y el rechazo de los casos de corrupción y el impacto de las detenciones preventivas; elegir bien al enemigo parlamentario, aprovechando el desprestigio de la mayoría. La tormenta perfecta. Esa dinámica marcó el tamaño de la tarea del premier Villanueva y la poca ambición del resto de ministros que, como me decía el asesor de uno de ellos: a varios les bastaba con no embarrarla.

En su última conferencia de prensa, César Villanueva ponía sin querer el ejemplo de lo primero que habría que cambiar. Decía que en su gestión resolvió conflictos sin sangre ni violencia, cuando lo que hizo fue ceder ante ella. Cedió ante los camioneros, ante el sabotaje en el Oleoducto y aun hoy en el bloqueo de carreteras en el sur contra la minería. Dejar de hacer no es la solución.

El 58% de popularidad debe ser un capital importante para fijar un norte, avanzar en proyectos que permitan pensar en cumplir algunas de las metas y compromisos trazados por estas mismas autoridades.

El contralor Nelson Shack, por ejemplo, ha graficado la gravedad de nuestro aturdimiento. Hay -decía él- 867 proyectos públicos paralizados por un valor de S/16,870 millones, y lo más sorprendente es que 537 de ellos son de menos de S/10 millones. El reto no está en la encuesta, está en poner en marcha al menos esas obras pequeñas. En un presidente y un premier que quieran comprarse el pleito. Hoy ya no bastan las velas, hay que encender los motores.