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A pocas horas del domingo electoral, ya es notorio que el referéndum ha despertado menos expectativa que las pasadas desabridas elecciones municipales de Lima. Jamás despertó al electorado, porque no solo lo consideró demasiado complicado, sino totalmente inútil. Si no hubiera multa, pocos acudirían a votar; pero tendrán que hacerlo, porque en el Perú “libre y democrático”, decidir no ejercer un voto es causal de pérdida de los derechos civiles. ¿Y así dicen que el voto es libre? No, no lo es.

Se suele repetir que la gente no sabe votar. Y es un error. No es que no sepa; es que no le interesa la oferta política, con excepción de una minoría. Y como no le interesa, vota como sea, como mejor le dicte el alma. Si es más fácil votar en línea para presidente y congresistas, lo hacen así muchos. Si es mayor la recordación de una publicidad que suene bien, aunque no se sepa nada más, el voto corre en esa dirección. Si es más sencillo salir del paso rápidamente, se vota por lo que sea. Después de todo, el elector promedio pensará ¿qué tanto va a cambiar el mundo un voto?

Esto que es malo para elegir funcionarios -que, por último, se podrán cambiar en cuatro o cinco años- resulta pésimo si se deben escoger reformas que impactarán en el país por décadas. Estas reformas, además, son controversiales a los más altos niveles de la intelectualidad jurídica y política y, por su complejidad y especialidad, quedan fuera del alcance del entendimiento del ciudadano común. No obstante, como hay que librar la multa, en su mayoría la gente votará sin mayor reflexión. Esto deteriora la calidad de la democracia; así la legitimidad de cualquier reforma siempre quedará deslucida. Lástima que nadie se atrevió preguntar en el referéndum si estábamos de acuerdo con el voto libre. Al menos habría una pregunta en la cartilla de votación que valdría la pena responder con un “sí”.