En esta semana que termina, una de las imágenes más chocantes a nivel internacional ha sido la del presidente venezolano Nicolás Maduro dando unos pasos de baile al lado de sus ayayeros de siempre, mientras su Policía reprimía brutalmente en las calles a miles de personas que salieron a reclamar por la convocatoria a una Asamblea Constituyente, la cual dará una nueva Carta Magna al gusto de la dictadura del sucesor de Hugo Chávez.

Hay que tener en cuenta que el ataque a los manifestantes, mientras el gobernante bailaba, fue uno de los más agresivos y salvajes de los últimos años, a tal extremo que hubo 230 heridos, entre ellos algunos legisladores de la oposición, quienes consideran que la nueva Constitución permitiría a Maduro dilatar tres procesos electorales (el presidencial y dos regionales) y quedarse en el poder por más tiempo. ¿Por eso “Nico” se muestra tan feliz?

Ante esto, resulta positivo algo que ha pasado casi desapercibido en nuestro país: el hecho de que el Perú haya decidido no participar en la reunión extraordinaria de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), convocada esta semana en El Salvador, donde a pedido de Caracas se planteó que el tema único de agenda sea “las amenazas al orden constitucional democrático” y “las acciones intervencionistas contra su soberanía, independencia e integridad”.A todas luces, Venezuela y sus amigos de la región -los ideológicos y los solo agradecidos por el petróleo barato que reciben- quisieron obtener un pronunciamiento contra los esfuerzos que se hacen por el retorno a la democracia en ese hermano país. Bien que el Gobierno del Perú no se haya prestado a la jugada, algo que es muy consecuente con la postura de la administración de Pedro Pablo Kuczynski ante el chavismo, que no se lo perdona.

El Perú está haciendo lo que puede y hay que destacarlo. Lamentablemente, el tirano de Caracas busca seguir en el poder, sin importar que su país esté sumido en la falta de libertades, en el hambre, en la falta de medicinas y en la corrupción de una administración que se va por los 18 años. Al hombre no le importan ni los muertos ni los heridos en las calles, mientras otros países y organismos multilaterales miran todo desde el silencio cómplice.