La polémica sobre si las figuras del mundo del entretenimiento deben ser un ejemplo para sus seguidores, es una discusión de larga data. Es evidente que los aludidos no firman una claúsula en su contrato, para ser representantes de la moral y las buenas costumbres dentro y fuera de los escenarios, pero tampoco pueden desligarse tan alegremente de la influencia que representan para quienes los siguen.

El tema nuevamente se puso sobre el tapete hace algunas semanas, cuando el conductor Jaime Mandros, Karen Dejo y un productor de América Televisión, fueron vistos en un local en medio de un evento social sin los protocolos exigidos para controlar el contagio del nuevo coronavirus.

Minutos después de emitido el video, este se hizo viral y generó comentarios de todo tipo, en su mayoría, cuestionando la conducta de los mencionados, tomando en cuenta de la fuerte campaña de la televisora con mensajes sobre cómo evitar la propagación de la COVID-19.

Finalmente, tras varios días de ausencia de las pantallas, Mandros reapareció ofreciendo las disculpas del caso y admitiendo su error, mientras que el gerente general del canal, se pronunció y dijo que: “cualquier actitud que no sea capaz de respetar la autoridad es cuestionable”.

Una rápida lectura de lo sucedido nos da como conclusión que hoy, en un mundo globalizado, con las redes sociales presumiendo de su influencia, es imposible pretender que una figura pública, especialmente del mundo del espectáculo,  puede separar su vida privada del medio que representa, tomando en cuenta que este fue el vehículo  que le dio la exposición para convertirse en una persona influyente.

Y esto lo deben entender quienes, gracias a su talento, o a la buena suerte, logran una posición expectante en el show bussines local. Aunque no lo pidieron, se deben a su canal de TV y a un público que los levanta, pero también les pueden dar la espalda.

En esos tiempos de la cámara lista para captar una imagen y subirla a la red, lamentablemente para los que dan la cara en las pantallas, “no basta con ser la mujer del César sino parecerlo”, ese es el precio de la fama, el costo de no ser anónimo. Ya lo saben y no se quejen.