Cuando seguimos las noticias procedentes de Chile y la labor de los convencionales encargados de redactar su nueva Constitución, podemos apreciar una clara tendencia hacia el negacionismo de todo lo positivo que, desde 1980, produjo su ordenamiento constitucional: la institucionalidad democrática, sistema de partidos, un gobierno de concertación de las fuerzas políticas de izquierda, otro más breve de alternancia con la derecha, presidentes con trayectoria política, orden económico formalizado, disciplina fiscal y crecimiento. Si todavía existen brechas para alcanzar a plenitud los beneficios de la prosperidad, esto no descalifica lo avanzado sino que plantea la necesidad de implementar adecuadas políticas públicas para distribuir la riqueza en materia salud, educación, familia y bienestar para todos los ciudadanos.

Las reformas electorales durante el segundo mandato presidencial de Michelle Bachelet, transformaron su dimensionada representación parlamentaria hacia un multipartidismo e inicio de la crisis. Hoy, la Convención Constitucional lo discute casi todo: cambios en la forma de gobierno (presidencialismo por semipresidencialismo), cuando ha sido el país con mejor estabilidad política de la región; decidir conservar, o no, un Tribunal Constitucional; reforma del Poder Judicial, cuando no se discutía un pleno Estado de Derecho, hasta introducir el denominado pluralismo jurídico junto con el Estado plurinacional, en consonancia con los movimientos bolivarianos.

Las constituciones no son perfectas, pero sí perfectibles, por eso cuentan con procedimientos de reforma; sin embargo, si el constitucionalismo es de origen anglosajón y naturaleza judicialista, parece sensato detenerse en dos frases procedentes de la misma idiosincrasia que lo hicieron funcionar: la primera es británica: why change? (¿por qué cambiar?), la segunda estadounidense: “si no está roto para qué cambiarlo”. Como sostiene la política española Cayetana Álvarez de Toledo, debemos reconocer al “Burro de Troya” instalado en el sistema, por la ignorancia en su actuar que socava la democracia desde adentro.