Murió Abimael Guzmán. El país requiere cerrar un ciclo aciago de la historia del Perú. Los restos mortales de personas que en vida congregaron a mucho adeptos, más aún cuando se trata de grandes criminales como Guzmán, suelen convertirse en objeto de culto, de peregrinaje y hasta de adoración con el fin de mantener vivo su legado, por mas terrible que este sea.
Estaba visto que el cabecilla de la organización terrorista PCP-SL no sería la excepción. Correspondía a las autoridades competentes del Estado peruano el impedir que semejante posibilidad se concrete.
La ley General de Salud que regula el destino de los cadáveres de las personas comunes y corrientes no debería ser aplicado a personajes que han ocasionado inmenso daño a la sociedad y al Estado, por ser pasaporte seguro para que su cadáver sea sacralizado sus familiares y seguidores, perennizando el inmenso dolor padecido por sus miles de víctimas y de sus familias.
Sin embargo, nada hicieron durante los veintinueve años que purgó prisión perpetua en la Base Naval del Callao, sabiendo que no saldría vivo de allí. Después de ocurrida su muerte, ninguna autoridad sabía qué hacer acertadamente con el “muerto” que zozobraba en un limbo jurídico, y cuyo destino final nadie se atrevía a pronosticar.
El gobierno, conformado con miembros del Movadef, se negaba a aprobar un D.S que dispusiera una solución distinta a la común, en muestra palpable de su simpatía para con el personaje. El Congreso promulgó la Ley N° 31352 que incorpora un articulo a la Ley General de Salud para la disposición de cadáveres pertenecientes a internos que vinieran cumpliendo condena con sentencia firme por los delitos de traición a la patria o de terrorismo, en su condición de líder o cabecillas o integrante de la cúpula de organizaciones terroristas, puedan ser objeto de cremación y dispersión de sus cenizas a cargo del Ministerio Publico.
Mientras tanto, en el extranjero ya empezaron a realizarse pequeñas romerías que enaltecen la fotografía del criminal, como preludio de lo que pretenderían realizar si su cadáver terminara, para desgracia nuestra, en una tumba identificable. El Perú no merece una ignominia más proveniente de estos criminales que enlutaron el país por muchos años.