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La entrevista al aspirante a candidato presidencial Julio Guzmán que publicó el domingo último el diario La República debería encender todas las alarmas, pues si bien en un primer momento el personaje dice que está dispuesto a reemplazar a la “clase política tradicional”, más adelante se desdibuja y muestra que por más “renovado” que parezca, viene con los mismos vicios de muchos de los que hoy están siendo investigados por lavado de activos por el Ministerio Público.

Es alucinante que luego del escándalo del caso Odebrecht, en que la empresa se la pasó haciendo “aportes” no declarados a políticos hoy contra las cuerdas, este caballero que quiere ser presidente del Perú no pueda responder qué personas o empresas son las que financian a su agrupación, de la misma forma en que no puede decir con qué ingresos económicos mantiene a su familia si se tiene en cuenta que anda dedicado a tiempo completo a su agrupación.

Dice que va a trabajar en Yale y en la Universidad Católica, y que hace asesorías y consultorías a “asociaciones”, pero en ningún caso menciona alguna. Tampoco habla de cuánto gana al mes, bajo el argumento de que “son temas bastante personales”. Sobre los gastos que viene generando el proceso de inscripción de su partido, Guzmán afirma que en su momento harán un “pronunciamiento público” para rendir cuentas.

Las respuestas de Guzmán sobre sus ingresos y los de su agrupación son un autogol para un personaje que parece que no vive en el país de la plata clandestina que permitió la “inclusión social” de Ollanta Humala, de la coima a Alejandro Toledo que fue de Odebrecht a las cuentas de Josef Maiman y de ahí a las compras inmobiliarias, de los cócteles milagrosos de Keiko Fujimori, de la campaña millonaria de Susana Villarán y de las consultorías de Pedro Pablo Kuczynski.

¿Así nos viene a decir que no pertenece a la “clase política tradicional”? Quien aspira a ser presidente del Perú como Guzmán, luego del escándalo de Odebrecht y sus “aceitadas” a políticos y candidatos, debería ser muy transparente y dejar de lado las evasivas para responder de qué vive y quién financia lo mucho que cuesta armar un partido de la nada, que además cuenta con el apoyo de mucha gente “desinteresada”.