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Si hoy el ministro de Educación, Jaime Saavedra, es censurado por el Congreso de mayoría fujimorista, una nueva y compleja era se gestará en el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. Se consumará en principio un acto de prepotencia no solo desmedido sino innecesario, y se sentarán las bases de lo que será la tensa relación entre el Ejecutivo y el Legislativo. Ahora que es el momento de definir posturas, debemos decir sobre Saavedra que no nos parece el mejor ministro de Educación de todos los tiempos, ni mucho menos. Hay elocuentes deficiencias en su administración y es evidente que tiene enormes dificultades para ejecutar recursos, como lo demostró con los Juegos Panamericanos. Además, el caso de su esposa, Ana Cecilia Ames Tineo, designada como gerente de prensa de la SBS después de su desenfadado apoyo a la campaña de Peruanos Por el Kambio, me genera algo más que sospechas y tal vez levanta la barrera más gris por sus connotaciones éticas. Todo ello, sin embargo, no hace un corrupto a Saavedra. Más aún en un país en el que los estallidos sociales dejan muertos y heridos, la gente perece por miles en las carreteras y la lucha contra la inseguridad ciudadana es un fracaso concreto y constante. El fujimorismo sabe muy bien que hay hechos más graves que no han merecido una censura, pero en la digestión de sus opciones su organismo ha optado por la bilis. El tema es que Fuerza Popular pagó con creces los casos de Joaquín Ramírez y José Chlimper y sabe muy bien que las acciones tienen una reacción. No vaya a ser que, al abusar de la confrontación, empiece también a cavar una segunda tumba.

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