Nada más satisfactorio para un soldado que haber participado en la defensa de la integridad de su patria. Nada más honorable que haber combatido con mis hermanos comandos en las tierras indómitas de la Cordillera del Cóndor, allá por 1995.
El Cenepa conoció de qué están hechos los soldados peruanos. Fue una épica jornada de entrega y valor, con una única misión: restablecer la línea de frontera y mantener la posición. Eso hicimos y eso es lo que le dio al Perú la satisfacción de la integridad de su frontera norte, desde que el protocolo de Río de Janeiro en 1942 así lo estableció.
Fueron jornadas de lucha, fatiga y valor. Nos enfrentábamos a un Ejército, también profesional, con su Fuerza Aérea y con su artillería empeñada en repeler nuestro ataque. Pero el coraje y entrega del soldado peruano se evidenció en el Cenepa. Hubo soldados criollos, serranos, morenos, quechuas, aymaras, selváticos, costeños y de todas las razas, todas las sangres, con una sola misión: defender al Perú.
Cómo no sentirse orgulloso de haber comandado una de las patrullas que tuvo el privilegio de defender al país en momentos difíciles, cómo no estar orgulloso y honrado de haber peleado junto a Marko Jara y a Lucho Alatrista, bravos soldados del Batallón de Comandos N° 19, que hoy nos ven desde el cielo.
Recordamos al técnico Llacza, al suboficial Wilson Cisneros; a nuestros soldados que se inmolaron por su patria, al sargento Gutiérrez, al sargento Loloy, los cabos Arteaga, Canchari, o el soldado Cotrina impactado por una granada en pleno pectoral.
Están los yachis Labán y Peyas, para quienes nunca habrá más jornadas de apoyo a las tropas, pues hoy disfrutan del descanso eterno junto a los héroes que nos antecedieron.
Honor y gloria a los soldados que se fueron y a los que quedaron como muestra viva de la gesta del Cenepa.
Nunca olvidemos que la patria se defiende de todas las amenazas que hacen peligrar su esencia misma, de los peligros que la acechan siempre frente a los enemigos de afuera y los traidores internos de siempre.
Aquí estaremos, siempre, con uniforme o sin él. No conocemos otra forma de defender al país de los que quieren soliviantarlo e instalar ideologías perversas, caducas y antihistóricas. Aquí estaremos hasta que Dios, nuestro señor, lo decida.