Dice la antigua canción que si te metiste de soldado, ahora tienes que aprender. Corneta pa’ trabajar, corneta pa’ comé, corneta pa’ levantar y corneta pa’ no sé qué. No hay corneta para ascender. En consecuencia, hay que tener cuidado y mucho ojo con esta generación de generales en el Ejército que nos está heredando el presidente Ollanta Humala. Se ha explicado con claridad cómo es que no se han respetado los procedimientos internos de la institución castrense, siendo injustos con algunos y sospechosamente generosos con otros por razones que no quedan claras. No nos preocupan asuntos personales y particulares en tanto esto no fuera reflejo de un vergonzoso manoseo institucional. Excepto un par de militares jubilados y conocidos por su posición crítica y deliberante, en resto de pronunciamientos han procedido de civiles. Los militares no suelen abrir la boca, sus canales internos deben tener para decirle al jefe de Estado lo que piensan sobre este tipo de decisiones. Naturalmente, una reacción pública de los militares cuestionando una decisión del Presidente sería mal recibida, incluso por quienes criticamos este maltrato. Pero los militares también tienen sus vías por donde hacer conocer su descontento sin exponerse a poner en duda su obediencia al poder civil. Pero tal parece que los atropellados han quedado contentos como boy scouts con algún trueque ofrecido, a cambio de cederle el asiento a aquellos que gozan de la preferencia de su compañero de promoción. Y los privilegiados también estarán de acuerdo en las condiciones a que les obliga haber recibido el grado que antes les correspondía a otros. Alguna misión tendrán, algún encargo deberán cumplir, porque amor con amor se paga. Los militares saben cómo se cubre la retaguardia, con o sin corneta.