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Se comienzan a conocer muchos detalles relacionados con los sobornos de Odebrecht a distintos funcionarios de varios países y se está produciendo una conmoción que me extraña, por varias razones:

Lo primero resaltante es que muchos medios de comunicación muestren estas noticias como si fueran realmente una sorpresa, cuando en realidad son malas prácticas de varias empresas conocidas desde hace años. Lo que es cierto es que posiblemente no se tenían las pruebas, los testimonios ni las confesiones que se tienen ahora. Sin embargo, no son barreras que una buena unidad de investigación periodística no haya podido franquear y poner al descubierto hace mucho tiempo. El segundo hecho que me llama la atención es el absoluto silencio de los expresidentes y funcionarios que estarían involucrados en este y otros procesos. Nadie dice esta boca es mía. Pareciera que quisieran pasar desapercibidos o, como se dice en criollo, “hacerse los locos”. Probablemente piensen que todo este escándalo trasladado a nuestro sistema legal terminará disipándose en algunos años detrás de enormes expedientes y que no lograrán que ninguno de los responsables pague por sus culpas. Lo tercero que llama la atención es que pareciera que moralmente los culpables son siempre los corruptos (funcionarios que piden/aceptan el soborno) y que el corruptor es una suerte de víctima a la cual no le queda otro camino que la coima para poder trabajar. Las empresas que adoptan estas malas prácticas las ejecutan sin importar el funcionario de turno, como lo demuestran las acciones de Odebrecht, empresa que estuvo presente en tres gobiernos. En otras palabras, tres gobiernos corruptos para el mismo corruptor. Está claro que esta empresa, y probablemente otras más, tienen entre sus capacidades empresariales procedimientos, sistemas y ejecutivos dispuestos a corromper funcionarios para ganar las “licitaciones” y hacer crecer sus negocios -justificados por esta falacia de que sin coimas no se puede hacer nada-. Podríamos decir que la capacidad de corromper funcionarios, especialmente en el caso de Odebrecht, es una ventaja competitiva que debieron desarrollar otras empresas y que se ha esparcido en muchos proveedores del Estado. Parece descabellado, pero sería interesante pensar en una fórmula de colaboración eficaz para corruptos que permitiera desenmascarar a otras empresas que hayan hecho de estas prácticas una manera de hacer negocios. En mi opinión, para eliminar la corrupción hay que eliminar no solo a los corruptos sino también a los corruptores. La realidad demuestra que la corrupción no solo se enquista en el Estado, sino también en las empresas que tienen esta manera de operar y que difícilmente van a cambiar.