Las proyecciones económicas en el mundo van advirtiendo del altísimo costo socio-económico que producirán las necesarias medidas de aislamiento social adoptadas por muchos países para neutralizar la pandemia. Es la primera vez en la historia de la sociedad internacional que un colapso económico planetario -podría ser mayor que el crack de 1929- seguiría en los cinco continentes. A diferencia de la Gran Depresión producida por la brutal caída de las bolsas, ahora será un virus el responsable de la mayor recesión mundial, lo que solo cambiará cuando sea descubierta la vacuna contra el COVID-19. El impacto de la crisis, entonces, estará determinado por el tiempo que dure la pandemia, previéndose oscilaciones entre ingenuos descensos y frustrantes rebrotes. El coronavirus está jaqueando al mundo en plena era de la globalización y su primera noqueada a este fenómeno hiperdinámico de las relaciones internacionales que ha venido exhibiendo al comercio internacional como su bandera más exitosa, ha sido inmovilizar a la inmensa mayoría de los más de 7,500 millones de habitantes que tiene el planeta. En efecto, sin aviones que crucen los cielos, sin barcos que surquen los mares, ni trenes o buses que vayan de un punto a otro de las ciudades, el comercio agoniza y podría morir. Por ejemplo, el precio del barril del petróleo, sin registro en el pasado, cayó hasta las profundidades y esta vez no ha sido por la especulación, responsable de que su precio suba o baje. No. Ha sido porque la oferta ha superado a la demanda de crudo en el mundo y no por la falta de capacidad de compra de los Estados que lo requieren, sino por las cuarentenas y cierres de fronteras, decretados. La desesperación de Trump por levantarlas, entonces, es explicable aunque no justificable.