Hay gente mala, gente que disfruta viendo sufrir a los demás. Hoy vemos proliferar especialistas en desalentar, en minar el entusiasmo y la fortaleza, buscar que nos inunde el pesimismo. Me los imagino cual fieras agazapadas esperando ver caer a su objetivo y poder decirles a sus espectadores, “vieron que yo tenía razón, que era inepto, incapaz, bruto, corrupto y ladrón, (igual que nosotros)”.

No les importa que esta no sea una competencia política, que igual que en una guerra, el enemigo sea ajeno a nosotros, y que el nosotros los incluye, aunque ellos parezcan hacer equipo con la pandemia. He visto, en cámara lenta, como el presidente hojea nerviosamente unos papeles sobre la mesa, mientras parece intentar construir su monólogo frente a la cámara.

Lo hizo notar un programa dominical analizando su comportamiento reciente. Es verdad, el cansancio comienza a pasar factura y cuando más apoyo moral y aliento necesitas, aquellos que ya notaron tu debilidad, se lanzan sobre ti para regañarte y enumerar todos los errores que has cometido. ¿Quiénes son los desalentadores, los oráculos de las desgracias? Pululan en las redes y en algunos medios (no muchos, un par) que los acogen porque coinciden con sus fines políticos.

Desde allí se suman a la comparsa y orquestan confabulaciones, dignos discípulos de su maestro y guía, Vladimiro Montesinos, el que con acierto Enrique Zileri lo equiparó con Rasputín. No es coincidencia que sean los mismos que, heridos de muerte en lo político, se aprovechen para derrotar a quienes no pudieron vencer en las urnas.

No importa que, en este caso, todos perdamos. Hoy salen sólo los más rabiosos porque son mucho más los que ahora están silenciosos. Saben lo devaluado que está hablar y lo mucho que vale hacer, aunque te equivoques.