Wuhan. El hijo de Wuhan nacido en un mercado. SARS-CoV-2. El Covid-19 llega volando. Invasión virulenta. Pandemia. Maldita sea. Mascarilla. Distanciamiento físico. Lavado de manos. Ni besos ni abrazos. Cuarentena. Confinamiento. Toque de queda. Hospitales repletos. Emergencia sanitaria. Clínicas sin corazón. Infraestructura de la salud por los suelos. La tradicional indolencia política a flote. Todos se preguntan: ¿Qué diablos hicieron los gobiernos durante tantos años? Rascarse la panza y meter uña, sin duda.
Angustia. Camas UCI ni para remedio. Escasez de respiradores artificiales. Pulmones agotados. Compatriotas que se desploman en cualquier rincón. Drama total. Lucro con el oxígeno. Los “ángeles” terrenales tratan de hacer el milagro. Colas interminables. Vizcarra habla y habla. Y el Congreso de transición alista el garrote de la vacancia. Los centros de abastos huelen a contagio. El virus aguarda en los paraderos. Canastas. Bonos. Subvenciones. Oficinas vacías o con piquetes. Teletrabajo. Harto Zoom o Teams. La chamba desde otra perspectiva, sin descuidar la eficiencia. Reactiva Perú. Despidos. Suspensión perfecta. La nueva normalidad. Educación remota. Los colegios particulares resultan jalados. El cuento de las tablets con internet móvil.
Nunca vimos el pico y la meseta a medias. Reapertura económica por fases. Premisa a pedir de boca: “si no muero del virus, me muero de hambre”. La letanía del Minsa con sus cifras diarias. Subregistro de fallecidos. Corrupción. Vacan finalmente a Vizcarra. La calle habla. La Generación del Bicentenario grita. Merino no da la talla. Lloran a Inti y Bryan. Jura el vallejiano Francisco Sagasti. No había un solo contrato para las vacunas. El expresidente tira la pelota al Congreso. Una clase política infestada. El rebrote pinta feo. 1.018.099 contagiados. 37,773 fallecidos. Y el 2021 de elecciones empezó de manera suicida.