La paternidad es un don de Dios tanto para los padres como para los hijos. Como dice el papa Francisco, Dios pone al padre en la familia para que, con las características propias de su masculinidad, comparta todo con la esposa-madre y acompañe y guíe a los hijos en las diversas fases de la vida (AL, 177). Lamentablemente, desde hace algunas décadas se va extendiendo la teoría de que la figura del padre puede ser prescindible o, lo que es peor, que los únicos modelos válidos de conducta para la educación de los hijos son los femeninos-maternales. De esta manera, cada vez más padres se consideran inútiles o innecesarios, rechazan asumir el rol que les corresponde según su innata masculinidad o pretenden ser solo “amigos” de los hijos. En pocas palabras, no saben cómo ser padres y terminan desertando de la misión que les corresponde. Con ello, no solo echan a perder el don de la paternidad que Dios les ha dado, sino también privan de ese don a los hijos, cuya percepción de la realidad se ve afectada y no pocas veces asumen comportamientos antisociales o tendencias homosexuales.
En este contexto, quisiera aprovechar este Día del Padre para hacer un llamado a todos los padres e hijos, y a la sociedad en general, a acoger la paternidad como un don que Dios nos ha dado porque lo necesitamos. El padre es el primer modelo de masculinidad que deben conocer los niños y las niñas. Si se pierde la paternidad, perdemos todos. En cambio, todos ganaremos en una sociedad que sepa valorar la paternidad y la maternidad, cada una con sus propias virtudes y rasgos complementarios. Felicito a los papás en su día y les agradezco por todo el bien que hacen a la familia y a la sociedad. Y para aquellos que no están cumpliendo con la tarea que les corresponde, pido a Dios que les ayude a no desperdiciar el don que les ha dado.