La metáfora del título de este texto hace referencia a una verdad evidente pero ignorada, también al problema obvio que nadie quiere abordar. Esto calza con el problema de reformas que se demandan con urgencia –se discute–, pero que no se abordan por aquellos llamados a ponerlas en agenda –Poder Ejecutivo/Congreso– para concretarlas en políticas públicas.

El debate de reformas estructurales se remonta al inicio de esta década, ante la evidencia que reformas macroeconómicas / liberación de mercados solo alcanzaban para el crecimiento económico. Para gestar una sociedad basada en inclusión social y equidad, requerimos reformas de desarrollo institucional. No basta la discusión en “comunidades epistémicas” –especialistas–. Necesitamos debate en el ámbito político.

Las crisis constituyen espacios catalizadores para las reformas y develan las carencias institucionales, pues la población es impactada directamente como lo evidencia la crisis COVID-19, acentuada en salud y educación; lo que legitimaría aquellos cambios que requerimos. Sin perder de vista lo señalado, en 2021 ocurrirá la elección presidencial y congresal, lo que hace necesario que nuestras autoridades políticas acojan la necesidad de implementar reformas.

La frase estructural tiene una connotación de gravedad por sus características: se trata del tema público –afecta a un segmento amplio de población– de absoluta responsabilidad del Estado. Segundo, involucra aspectos de largo plazo para encauzar una solución. Y, tercero, su persistencia deriva en nuevos problemas que se agravan ante la falta de solución. Los problemas estructurales están relacionados con los sistemas de salud y educación, la informalidad, el sistema previsional, la reforma política y del servicio civil, entre otros. Son reformas no abordadas que han sido un lastre para el crecimiento económico y el desarrollo del país.

Las reformas no solo resultan relevantes para la promesa igualitaria –estamos en presencia de una colectividad abatida por la crisis–. Su necesario abordaje e implementación pasan también por mitigar el resentimiento acumulado y las frustraciones por promesas incumplidas, exacerbadas por el COVID-19. Así podría gestarse una salida desde la propia democracia (elecciones), en lugar de ponerla en peligro al no atender los problemas pendientes.

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