Hoy son más necesarias que nunca las voces por el consenso democrático que dejen de lado la ideologización extrema que conspira contra la gobernabilidad. Es el momento de la política entendida como la búsqueda del bienestar encargado a los más capaces para la función pública. Algunas primeras designaciones a altos puestos han generado zozobra, recriminaciones y descontento. El cargo de confianza es una prerrogativa lejana a la arbitrariedad, con base en la transparencia y en la idoneidad. Siempre hay tiempo para las rectificaciones. Pedro Castillo no fue elegido como un radical, su mejor mensaje ha sido el del cambio que genere salud, educación y bienestar para las mayorías postergadas. No se dará si no tiene apertura con aliados que le permitan gobernar y consolidarse desde la concertación descartando ese espantoso péndulo entre vacancia presidencial y disolución congresal. Ojalá tenga oídos sordos para el vandalismo político.
Unas líneas para Felipe Carbonell, admirado y querido español que afincó por estas tierras durante medio siglo y acaba de partir. Se ha ido entre el dolor de quienes conocimos su bonhomía, humanidad y permanente sonrisa. Carbonell fue abogado, empresario, humorista, showman y maestro de ceremonias. Pero sobre todo fue el sumun de la amistad, de la tolerancia y de la simpatía generosa e inquebrantable. Sus puentes fueron siempre el ingenio y la sonrisa. Logró el Récord Guinnes Mundial “100 horas contando chistes sin parar”. Su larga trayectoria se nutrió con múltiples y asombrosos récords de narrar chistes, certificados por Guinness, ampliamente difundidos por la prensa escrita y la televisión en el Perú y en el mundo. Ganó grandes sumas que donó a causas nobles. 200 mil dólares fueron para la construcción del Hospital Nacional de Enfermedades Neoplásicas. “Un récord de alegría para curar un gran mal”. Pero su mayor ejecutoria fue ser largamente el embajador de España que nunca dejó de sonreír. Honor al honor.