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La más emblemática estructura gótica de París y de toda Francia, la Catedral de Notre-Dame o “Nuestra Señora”, ha sido devorada por el fuego. Una tragedia ciclópea para la trascendente historia cultural de la sociedad gala, que no sale de una severa impresión colectiva al ver impotente cómo un incendio durante las renovaciones en su interior abría paso a llamaradas invencibles. Notre-Dame, construida en 1163 -en el Perú florecía el periodo intermedio tardío de la sociedad precolombina-, ha marcado el arte y el humanismo del país convertido en la mayor metrópoli del pensamiento durante la Edad Media -ya había transcurrido el gran episodio del Imperio carolingio- y, llevando su capital, casi al final de la Edad Moderna, el bien ganado título de Ciudad Luz, pues surgieron grandes filósofos como Voltaire, Rousseau y Montesquieu y enciclopedistas renombrados como Diderot y D’Alembert, que transformaron la construcción política del mundo al trasladar el concepto de la soberanía monopolizada por el rey (Derecho divino) por más de 1000 años, hacia la soberanía del pueblo (Derecho natural) en 1789 con la Revolución Francesa (14 de julio). Notre-Dame, que es Patrimonio de la Humanidad, ha tenido un peso específico en la vida de los franceses. De hecho, el propio Napoleón Bonaparte, el Gran Corso, fue entronizado emperador de Francia en una misa concelebrada en la deslumbrante catedral. Contribuyó a su fama, además, la aplaudida obra Nuestra Señora de París, publicada en 1831 por el genial Victor Hugo (1802-1885), donde uno de sus célebres personajes, Quasimodo, fue llevado al cine con la famosa película El jorobado de Notre-Dame, de los directores Kirk Wise y Gary Trousdale, y que fuera estrenada en 1996. Al cierre de esta columna, no existe una versión definitiva sobre la causa del siniestro, que más parece un accidente que un atentado terrorista. Sigo creyendo lo primero. No es una práctica recurrente en el extremismo centrar sus ataques sobre estructuras materiales y sí, en cambio, sobre las personas. Lo único cierto es que Notre-Dame, de cuyo recinto cada octubre sale por las calles de París la procesión del Señor de los Milagros, por sí misma es fuente cultural inconmensurable para Francia y el mundo entero.