Hoy se cumple el tercer año del mandato de Donald Trump como 45° presidente de los EE.UU. de América. En las urnas de noviembre de 2016 derrotó a la candidata demócrata, Hillary Clinton, favorita durante gran parte de la campaña electoral de las primarias y presidenciales de ese año. Trump, el magnate que había conseguido casi todo en la vida, apuntó a la presidencia de su país para coronar sus metas personales y también lo logró, sepultando a gran parte de la clase política tradicional estadounidense que no terminaba de asimilar su encumbramiento al haber surgido literalmente de la nada política. Repasando su discurso del 20 de enero de 2017, día en que juramentó como heredero de George Washington, Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt y John F. Kennedy, y aunque no comparta gran parte de su contenido, sería mezquino no destacar que ha sido absolutamente coherente con lo que dijo. En efecto, prometió devolverle a EE.UU. la calidad de hegemón del mundo que fuera cuestionada luego del atentado terrorista del 11S (2001) en que el país fue tildado de nación vulnerable. “América primero “, entonces, fue la frase que más repitió en la idea de devolverle al país el status de nación todopoderosa, aplicando un proteccionismo económico sin límites, aplaudido por amplios sectores históricos en el país que vieron en Trump al presidente del nacionalismo estadounidense capaz de revitalizar el “Destino Manifiesto” que ya estaban extrañando como base intrínseca para sustentar su grandeza. Trump no es un antisistema como creen sus detractores. Al contrario. Quiere ganar alianzas en el mundo, y fiel a su estilo, presidirlas y dominarlas. Ha ninguneado a la OTAN y a los países europeos en general, y se ha mostrado económicamente poderoso con los países asiáticos (China, Rusia y Corea del Norte) y militarmente insuperable con los islámicos (Irán, Siria y Afganistán). A América Latina no ha dejado de verla como el patio trasero de Washington -aplica una dura política migratoria a los países centroamericanos-, pero conserva una robusta y estratégica alianza con Colombia, no abandona a Chile, y eso sí, desdeña a morir al régimen de Nicolás Maduro. Ahora pasará por un juicio político del que, estoy seguro, saldrá intacto.