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El miércoles se cumplieron 50 años del golpe de Estado del general Juan “Chino” Velasco. Hubiera esperado de parte de aquellos que hoy se promocionan como demócratas y se horrorizan en plazas y parques por la patada a la Constitución y a la legalidad que dio Alberto Fujimori el 5 de abril de 1992 una postura igual de crítica hacia la acción del militar piurano, que años después usurpó los medios de comunicación para poner a directores parametrados y afines a su dictadura.

Si el golpe de Fujimori es digno de críticas, el del general Velasco contra Fernando Belaunde -por más ineficiente y falto de carácter que haya sido el arquitecto como gobernante- debería serlo mucho más; pues se pisotearon los principios del respeto a la propiedad privada (reforma agraria), de independencia de poderes (cierre del Congreso) y de libertad de expresión (toma de los medios con apoyo de la tropa, y expulsión del país de políticos y periodistas críticos).

El golpe del 3 de octubre de 1968 generó una dictadura de 12 años y el inicio de una debacle económica que persistió con Belaunde y el primer gobierno de Alan García, momento en el cual se llegó a la cúspide del descalabro. Recordemos también que durante el denominado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas se gestó la banda terrorista Sendero Luminoso, que comenzó a actuar en Chuschi, Ayacucho, el día de las elecciones de 1980, que devolvieron el poder a los civiles.

De otro lado, el 50 aniversario del golpe de Estado del “Chino” Velasco bien pudo servir para que algunos que hoy la pegan de demócratas, y que hasta han hecho carrera y algo de dinero criticando con mucho tino al fujimorismo golpista de 1992, hagan un mea culpa por su pasado velasquista y por incluso haber trabajado muy gustosos en los medios de comunicación usurpados por las botas de los militares, entre los cuales estaba Correo.

Las roturas constitucionales son nefastas, vengan de donde vengan, y eso deberían tenerlo muy presente aquellos “demócratas” a los que les gusta criticar solo a Fujimori y a Augusto Pinochet; pero no a Velasco, a Hugo Chávez o a Nicolás Maduro, y viceversa. Hay que ser críticos con toda alteración del orden legal por más que el tirano salga con su gastado discurso de la “justicia social” y la “revolución”. La democracia -con las falencias que pueda tener- siempre debe imperar.

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