Lo que esta monstruosa huelga magisterial deja como principal conclusión es la necesidad urgente y prioritaria de desbaratar el sindicalismo imperante y las corrientes políticas que este profesa y que tienen como prioridad sus intereses particulares, algunos más extremistas que otros, hasta llegar a quienes con absoluto descaro secundan la ideología de Sendero Luminoso. Si no se elabora de una buena vez desde el Congreso una ley que abra espacios a nuevas corrientes y rompa con la hegemonía de las diversas izquierdas o sepulte el predominio prosenderista de esas dirigencias, deberemos resignarnos a que las pruebas PISA nos sigan avergonzando, a que tengamos maestros a los que les interese preservar sus puestos y no capacitarse, a que el objetivo político emerja cada cierto tiempo con el fin de asaltar la hacienda pública con demandas desenfrenadas o que el ánimo desestabilizador hacia un régimen “enemigo” sea la intención subalterna de cada movilización. Es cierto que los maestros están mal pagados, pero también lo es que sus remuneraciones tienen un nivel acorde a la calidad de educación que ofrecen. Por eso, la matriz del cambio debe ser desideologizar el magisterio y acabar con esas camarillas obstruccionistas y obtusas que dinamitan todo proceso de transformación. ¿Y cómo hacerlo? Cambiando la ley. Se necesita una refundación de la dirigencia magisterial, y bien harían PPK y Fuerza Popular en meditar una estrategia legal que beneficie a este gobierno, le saque un peso enorme al siguiente y, sobre todo, sea un bálsamo para los millones de alumnos del país.