Hace, felizmente, muchas lunas era común ir a Ecuador y escuchar advertencias alucinante contra “el imperialismo peruano” o que a uno le recordasen a cada rato sobre “la herida abierta”. Asimismo, se veían los carteles de “Ecuador, país amazónico”, con un alucinante mapa del vecino país que abarcaba medio Loreto, Cajamarca y Amazonas. Cierto que la aplastante mayoría de ecuatorianos eran muy buena gente y pasaban del tema, pero nunca faltaban los otros. ¡Y pobre de ti si te paraba un uniformado! El veneno se encontraba en los textos escolares, amén de que existieron políticos como José María Velasco Ibarra (un gran demagogo que fue cinco veces presidente, siempre derrocado por su errático carácter. Declaró nulo el Protocolo de Río en 1960) y el recientemente fallecido León Febres Cordero que hicieron del antiperuanismo su mayor bandera política (a pesar de que Febres adoraba los caballos de paso peruano y su familia jamás faltaba a las corridas en Acho). Todo esto mientras nosotros no teníamos nada contra ellos. Como me explicó un amigo historiador, esa suele ser la actitud del vencido y por eso nosotros actuábamos con los chilenos como los ecuatorianos lo hacían entonces con los peruanos. Y siempre en cada enero, mes aniversario de la firma del Protocolo de Río de Janeiro, se daban incidentes fronterizos, con muertos y heridos. Recuerdo que acababa de salir del colegio en 1981 cuando casi tuvimos una guerra por el “Falso Paquisha”, cuando las escaramuzas usuales escalaron peligrosamente por varios días, llegando a un desalojo de las infiltradas posiciones ecuatorianas con muchos muertos. Todos creímos entonces que una guerra total era inminente tras un muy agresivo discurso que la tv pasó aquí en directo del presidente ecuatoriano Jaime Roldós en el estadio Atahualpa, donde nos calificó de “Caín de América”. Roldós, un jovencito nerviosito, andaba muy impopular en esos momentos y se le veía muy incómodo ante las recurrentes silbatinas que se escucharon durante su alocución. Su extraña muerte en un accidente aéreo al día siguiente del discurso (24 de mayo, justo cuando Ecuador jugaba con Chile en Guayaquil por las eliminatorias de España 82), así como uno similar que mató el 5 de junio siguiente al duro general peruano Hoyos Rubio (un velasquista que no había sido pasado al retiro por el siempre timorato Belaunde) detuvieron el conflicto. Siempre se rumoreó que la CIA estuvo tras estas muertes para desactivar la conflagración, mientras que muchos ecuatorianos atribuyeron el fin de Roldós al servicio de inteligencia naval peruano. Suenan a leyendas. Siguió la jarana igual y años después tuvimos la miniguerra de Tiwinza y gracias a Dios se logró llegar a un tratado definitivo de paz, que fue de las mejores cosas que hizo Fujimori (es muy infantil esa corriente de satanizarlo al máximo y no reconocerle nada positivo). ¡Santo remedio! Felizmente allá hoy en día suena arcaico, hasta idiota ponerse antiperuano. Algo de lo que sucedía antes en Ecuador pasa con nosotros ahora, con esa obsesión morbosa que tenemos contra los chilenos. Uno escucha a los humalistas, toledistas y rojos criticar al reciente acuerdo con Chile y suenan tan penosamente primitivos, tan tercermundistas, tan cagones. Tan tontos como esos que hablaban del “imperialismo peruano”. Foxley es un impertinente, pero tiene razón en decir que éstos viven en el siglo XIX. ¿Cuándo nos desahuevaremos y dejaremos de vivir echándole la culpa de cualquier problema a la Conquista y a la Guerra del Pacífico?