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La ira no tiene límites en la política internacional, y menos en la estadounidense de Donald Trump, que sigue remeciendo a algunos países. El reciente desplome de la lira turca que su presidente, Recep Tayyip Erdogan, no creyó, está golpeando al sistema financiero de este país euroasiático de 80.8 millones de habitantes. No ha sido exactamente el frente interno la causa de la severa crisis de la economía turca, sino el conjunto de acciones decididas por Washington contra el gobierno de este país. Una vez más las sensibilidades políticas constituyen la regla. Para nadie es un secreto que EE.UU., donde pone el ojo, para bien o para mal de los demás Estados de la comunidad internacional, suele ir hasta el fondo del asunto. Turquía es parte de la OTAN y, en consecuencia, parte del espíritu y el modus operandi con que se ve la seguridad del mundo desde Occidente; sin embargo, a su gobierno parece que esa realidad no parece importarle, porque ha tenido un acercamiento a Rusia superior al esperado, abriendo un abanico de afinidades que incluyen adquisiciones militares que a la Casa Blanca no le han gustado. No es un asunto de soberanía sino de poder e influencia. Trump, quien es en esencia un presidente pragmático -una notable diferencia con su predecesor Obama-, reacciona por el lado más vulnerable de Turquía, imponiéndole aranceles que lo están asfixiando. Las relaciones internacionales se construyen y miden por los actores visibles y relevantes de los Estados. Si acaso no son estrechas o no muestran la química necesaria entre dichos actores, realmente poco se puede avanzar, llegando incluso a afectar los planes gubernativos. No la hubo entre el desaparecido presidente venezolano Hugo Chávez y el entonces rey de España, Juan Carlos, cuando el monarca le increpó la famosa frase “Por qué no te callas” durante la XVII Cumbre Iberoamericana, en Chile (2007). Es verdad que el problema turco supera este escenario, pero también lo es que entre Erdogan y Trump poco se podrá avanzar, amén por la irritabilidad del presidente neoyorquino o la impertinencia de Erdogan, según se lea desde sus frentes e intereses.