Los países europeos enfebrecidos por recuperar sus excolonias, so pretexto de saldar deudas del pasado -al Perú los españoles le imputaban no pagar la deuda comprometida por la Capitulación de Ayacucho (1824)-, cruzaron el Océano Atlántico en busca de reparaciones pendientes por las naciones de América. La Armada española llegó hasta las costas del Pacífico Sur simulando una expedición científica, y se enfrentó, un día como hoy, 2 de mayo, hace 156 años, al frente de la defensa cuatripartita peruana, chilena, boliviana y ecuatoriana que sería, a mi juicio, la génesis e inspiración del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca – TIAR de 1947. Nunca como en esa ocasión contamos con un mecanismo de cooperación y de coordinación regional militar excepcional y ejemplar. El escenario fue el Callao, pero lejos de lo que se pueda creer, no incluyó al emblemático Castillo del Real Felipe.

Maximiliano de Francia se había proclamado emperador de México (1863), y en España, la reina Isabel, no cesaba en sus pretensiones de recuperar Santo Domingo (1861). En nuestra región por esa época, habían políticos e intelectuales con vocación conservadora que sostenían el fracaso del republicanismo -las guerras civiles y las pugnas por la tenencia del poder ocuparon gran parte de las primeras décadas del siglo XIX como la crisis del Directorio-, alentando el recuerdo de la fórmula del protectorado que deslizó el Libertador José de San Martín en 1821 para instalar en el país una monarquía constitucional. Por la referida deuda que España nos señalaba -sabían de sobra de nuestra bonanza por el guano-, no fuimos reconocidos como Estado independiente por Madrid, lo cual se hizo visible en la ausencia de relaciones diplomáticas con la Madre Patria hasta 1879.

En ese lapso, un ignominioso tratado, el Vivanco-Pareja (1865), originó cambios políticos internos, y el presidente Antonio Pezet tuvo que renunciar, y en su lugar fue encumbrado Manuel Ignacio Prado, que lo desconoció. La guerra la ganamos -José Gálvez, secretario de Guerra y Marina, fue inmortalizado- y después de la gesta de Ayacucho, fue la segunda victoria en favor de la soberanía del Perú y de los países del continente. Ese fue su mayor legado para la seguridad y defensa nacional y regional.