Rafael López Aliaga podría estar a punto de meterse en la segunda vuelta electoral. Al menos, por ahora, cumple las características del outsider, que arremete en el último tramo y se convierte, inesperadamente, en el candidato sorpresa que nadie esperaba. ¿Le conviene eso al país? El horizonte pinta gris para quienes aspiramos a que surja una opción seria en el marco de las libertades democráticas, la apertura comercial y la libre competencia.
El camino de la centro derecha no ha sido transitado con firmeza ni convicciones por ningún candidato en esta campaña malhadada y contaminada por el virus de una mortal pandemia. ¿Es esa la ruta de López Aliaga? Para empezar, habría que señalar que el supuesto centrismo de Lescano o Forsyth me resultan nocivos e inconducentes. Son, ambos, un pasaporte a la improvisación, un pie sobre el acantilado mirando al vacío.
Y en los extremos, Verónika Mendoza sería, por un lado, la representante del puerto más cercano a La Habana o Caracas con el que el país, sin ninguna duda, perdería todo lo avanzado, pero en el otro lado López Aliaga tiene todos los atributos de un personaje apto para el diván: El paciente estrella de los desequilibrios más tenaces y quizá un desafío inmanejable para la siquiatría. ¿A ese candidato le va a entregar la centro derecha sus sueños de un país libre, macroeconómicamente robusto y políticamente viable? ¿No sería peor el remedio que la enfermedad? Después de sus frases sobre las menores violadas, la eutanasia o la calificación de “proterruco” al presidente Sagasti, ¿se lo imaginan tomando decisiones de Estado?
La centro derecha espera un líder que encarne las reformas de segunda generación, que promueva la competencia, viabilice los proyectos mineros, destierre el mercantilismo voraz del que mama cierto sector del empresariado y recupere un proceso interrumpido por la mediocridad y la corrupción. Ese líder no ha llegado. Ahora, de lo que no hay ninguna duda, es que de ningún modo es López Aliaga.