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Mario Salas sonríe con la tranquilidad de quien siente que vale la pena hacer bien las cosas. Festeja el segundo de los suyos que ganan con claridad en menos de veinte minutos. El chileno se permite esa licencia de alegría para luego retomar el mismo aire marcial con el que le pone fin a las conferencias tras la impertinencia de un celular que no sabe callar para arrear a sus dirigidos por el camino de la sensatez en desmedro de la algarabía irrenunciable a la que te lleva el dominio absoluto, la certeza de ser el mejor.

Del otro lado, Pablo Bengoechea parece buscar ahorcarse, pero sus manos resbalan al contacto con ese sudor frío que la adversidad imprime en su cuello. Su equipo acaba de recibir el tercero a poco de haber logrado el descuento y, con ello, una verdad le explota por fin en la cara: ese día tenía que perder. El cuarto fue apenas un golpe para el que su alma ya parecía preparada, a partir de ese momento su mente comenzó a fabricar el personaje que sería durante los próximos cuatro días.

El chileno guarda silencio, con la prudencia de quien lleva la sartén por el mango. Se permite callar porque hace unos días cuatro goles hablaron en su nombre y el silencio sepulcral de Matute matizó su risa satisfecha. A Salas solo le queda ser Salas y que Cristal sea su equipo de siempre, el campeón de la lógica, el eficaz, el contundente, el mejor.

El uruguayo no para de hablar y lo hace acompañado de esa alegría que la locura le impregnó desde que supo que sus opciones quedaron reducidas a una sola: ganar. Se entrega al delirio de un análisis desquiciado en el que Alianza fue mejor, pero cayó goleado, en el que su equipo alcanzó el partido perfecto con la salvedad de que perdió. Para Bengoechea, la mejor opción es ser Bengoechea, ese albur indefinible, que campeona sin que te des cuenta y domina con eficacia incuestionable la adversidad presupuestada por la lógica. Esa interrogante perpetua que se torna indescifrable en la cancha y que te termina doblegando a punta de escepticismo hecho estrategia.

Hoy la lógica del buen fútbol y la eficacia se enfrenta una vez más a la incertidumbre de una grandeza redefinida con argumentos tallados en madera rústica, ese mal llamado estilo “uruguayo” que llevó a Alianza a romper una etapa nefasta de diez años, para muchos, sin merecerlo, pero que nadie encuentra argumentos concretos para cuestionar. Salas y Bengoechea, Cristal y Alianza, una fiesta inolvidable que, si la realidad se impone, encontrará esta tarde su final, a menos que la locura se adueñe de la escena.

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